"Escoger la vida en la libertad, punto central para la felicidad eterna"
Para la siguiente reflexión tomaremos el encuentro entre el Señor Jesús y el joven rico del evangelio, para abarcar el tema de la libertad como punto central para definir el temario de nuestra felicidad eterna, la cual percibimos y a la que estamos llamados, pues sólo nosotros, los hombres -no hablo aquí de los ángeles- nos unimos al Creador por el ejercicio de nuestra libertad.
Esta posibilidad compone el claroscuro de la libertad humana. El Señor nos invita al igual que al joven rico ¡por qué nos ama entrañablemente! a seguir sus caminos y de guardar sus mandamientos, decretos y preceptos… Escoge la vida, para que vivas.
¿Mantengámonos inmutable y firme a la elección de Vida? ¿Si al oír esa voz de Dios, amabilísima, que nos estimula a la santidad, respondemos libremente que sí? Volvamos la mirada a nuestro Jesús, cuando habla al joven rico no pretende imponerse. Si quieres ser perfecto..., dice al joven rico. Aquel muchacho rechazó la insinuación, y cuenta el Evangelio que abiit tristis, que se retiró entristecido. Por eso alguna vez lo he llamado el ave triste: perdió la alegría porque se negó a compartir su libertad con Dios.
Consideremos que la pregunta para comprender mejor lo que el Señor nos pide; luego, la respuesta firme del joven: SI! Luego todo lo que después viene, dejando de lado el fruto de la mejor libertad: la de decidirse por Dios.
¿Pero cuál es El sentido de esta libertad? Creo que nunca podremos terminar de entenderla. Pero el tesoro preciosísimo de seguirle nos debe mover a pensar: ¿por qué me has dejado, Señor, este privilegio, con el que soy capaz de seguir tus pasos, pero también de ofenderte? Llegamos así a calibrarlo que será el recto uso de la libertad si se dispone hacia el bien; y su equivocada orientación, cuando con esa facultad el hombre se olvida, se aparta del Señor. La libertad personal que nos lleva a rogar con convencida seguridad, consciente también de nuestra propia flaqueza: ¿qué esperas de mí, Señor, para que yo voluntariamente lo cumpla?
Nos responde el mismo Cristo: veritas liberabit vos; la verdad os hará libre. Qué verdad es ésta, que inicia y consuma en toda nuestra vida el camino de la libertad, que provienen de la relación entre Dios y sus criaturas: saber que hemos salido de las manos de Dios, que somos hijos de tan gran Padre.
Persuadidos, para ganar el cielo o la vida eterna que el joven le pidió a Jesús; hemos de empeñarnos libremente, con una plena, constante y voluntaria decisión. Pero la libertad no se basta a sí misma: necesita un norte, una guía. Y ese norte, esa guía es el Señor Jesús, sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida... Preguntémonos de nuevo, en la presencia de Dios: ¿por qué has depositado en nosotros esa facultad de escogerte o de rechazarte? Tú deseas que empleemos acertadamente esta capacidad nuestra, como lo hizo con el joven rico, pues la libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata.
Esta meditación va en un punto fundamental, que nos enfrenta con la responsabilidad de nuestra conciencia. Nadie puede elegir por nosotros: he aquí el grado supremo de dignidad en los hombres: que por sí mismo y no por otro, se dirijan hacia el bien.
La libertad personal, vista como una libertad sin fin alguno, sin norma objetiva, sin ley, sin responsabilidad, es en una palabra: el libertinaje. Desgraciadamente, es eso lo que algunos propugnan, constituyendo un atentado a la fe.
Por eso, no está bien valorar como de buena categoría moral que el hombre rechace a Dios. Pues aunque podamos oponernos a los designios salvadores del Señor, no debemos hacerlo.
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